Ancestralmente, las diversas culturas del México Prehispánico se distinguieron por el consumo de una amplia variedad de alimentos, tales como acociles y ajolotes, situación que se ha mantenido hasta nuestros días.
Las flores también eran complementos de la dieta indígena, no olvidemos las flores de calabaza, y aunque su uso se pierde en el tiempo y el espacio, los códices prehispánicos y documentos históricos de la conquista y colonización española revelan la aportación gastronómica del mundo indígena.
Así, las crónicas dan cuenta de la degustación de acociles (acociltin), chapulines o los escamoles que todavía se comen, pero que sólo pueden ser conseguidos por temporadas en ciertos mercados nacionales típicos. Es más, el cultivo y consumo de acociles ha generado un gran interés durante los últimos años debido a su talla y valor nutritivo.
Por su parte, los jumiles son de los insectos que se siguen comiendo hasta nuestros días, sobre todo en el estado de Morelos. Dicho platillo es un claro ejemplo de la herencia de la comida prehispánica. Estos insectos se venden vivos en el mercado y se muelen en salsas, se comen asados o incluso vivos en un buen taco.
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